Como toda buena historia, esta también incluye un café. Con leche desnatada y dos de sacarina, por favor.
Nos tenemos que remontar unos años atrás. Por aquel entonces, el frío se notaba mucho más y los problemas me helaban la piel.
Recuerdo que el calendario del móvil se traducía en una agenda raída que regalaban en las revistas de moda, esas que te decían cómo vestir para conquistar al chico de tus sueños. Los viernes por la tarde la cerraba con mil planes por hacer, pero ninguno por concluir.
Aunque la gente siempre estuvo cerca, la soledad siempre me hacía sombra.
Aunque mi familia siempre sonreía, yo no entendía por qué.
Aunque siempre hubo música a mi alrededor, yo solo escuchaba ruido.
Mi yo más interno me acercaba a hacerme preguntas descontextualizadas que me alejaban de una realidad aparentemente feliz y cómoda. Mamá siempre decía que la adolescencia era una época de muchas dudas y pocas respuestas, pero nunca me dijo que serían unos días de total desamparo. Papá ya no sabía qué hacer, pero el aroma a café vino con la réplica más dulce.
“Esta tarde bajamos al bar de la plaza. Jesús Abandonado ha organizado algo muy chulo a las 17h”, me dijo. Como os he comentado líneas más atrás, las buenas historias van siempre mojadas en café. Esa vez me pedí uno muy especial, con la excusa perfecta de ser partícipe de la acción de Jesús Abandonado, llamada Café Solidario.
Este encuentro ponía sobre la mesa la problemática de una nueva pandemia silenciosa, y fue en la última mesa donde nos acomodamos 3 personas, incluida yo. No nos conocíamos de nada, pero, en cambio, los 3 teníamos una amiga en común: la soledad no deseada.
Nos invitaron a un café y las horas nos hicieron darnos cuenta de que, en el fondo, no éramos ni tan bichos, ni tan raros. Durante un buen rato compartimos anécdotas, letras de Vetusta Morla y libros que consumían nuestras noches.
Desde entonces, empecé a compartir mi soledad con gente bonita y mil cosas por hacer. Una soledad donde estar a gusto y no volver a sentirme sola nunca más.
El café nunca ha vuelto a saberme tan rico como aquel día.
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Basado en una historia real relatada en el “Café Solidario”, celebrado el pasado martes 14 de noviembre en la Plaza Cardenal Belluga en Murcia.
Esta acción, organizada por Jesús Abandonado, tiene la finalidad de combatir la soledad no deseada, compartiendo un café entre una persona anónima y un usuario, voluntario o profesional de la fundación. Entre todos fue posible crear una burbuja emocional muy positiva, donde volaron historias y anécdotas que relataron una realidad común para todos: la soledad ha sido protagonista en algún momento de nuestras vidas.
La llamada “pandemia silenciosa” necesita ser escuchada, y que mejor forma de hacerlo que con un café de por medio.
Tuvimos la suerte de encontrar personas que, incluso, se interesaron en formar parte de la comunidad de voluntarios de Jesús Abandonado.
Un martes para no olvidar.